Podría explicarlo de muchas maneras, pero es una cuestión que no viene al caso de lo que quiero indicar en esta entrada. Pero como he sido yo quien ha abierto esta línea, como dicen en las pelis de abogados, en todo caso diré que despreciar la parte animal de nuestro ser puede crear problemas importantes porque es obviar algo que es irreemplazable para conocernos a fondo. Y sin ese conocimiento, no somos más que borreguitos que siguen doctrinas sin pensar.
El caso es que esta mañana me he ido a desayunar un café, un zumo de naranja y una tostada
Hace muchos años, cuando descubrí a Shakira, me encantó una canción suya titulada Octavo día (aquí, la letra). Era en los tiempos en que esta cantante al menos tenía mensaje en sus letras
"Si a falta de ocupación
o de excesiva soledad
Dios no resistiera más
y se marchara a otro lugar
sería nuestra perdición
no habría otro remedio más
que adorar a Michael Jackson
a Bill Clinton o a Tarzán
es más difícil ser rey sin corona
que una persona más normal
pobre de Dios que no sale en revistas
que no es modelo ni artista o de familia real".
Pues la tribuna de Mandianes viene a indicar lo mismo. La necesidad de la gente de sentirse elevada imitando las mismas celebraciones religiosas de antaño para comulgar con sus ídolos. La pérdida de religiosidad imitando lo religioso. ¿Si existe esa búsqueda por qué la religión pierde influencia a marchas forzadas?
Supongo, que entre otras muchas cosas, es porque la religión (la Iglesia Católica, en este caso que nos ocupa a la mayoría de los españoles) se ha elevado tanto que ha despreciado las necesidades del cuerpo como pecaminosas. Sin embargo, nos dice que Dios nos creó a imagen y semejanza de sí mismo. ¿Dios repugnaría parte de su ser? Lo dudo.
Mi reflexión, que posiblemente continúe en otras entradas, termina indicando que la espiritualidad y la religiosidad no puede ser buena si se va rechazando parte de lo que es el ser humano y a otros seres humanos por ser distintos a nosotros. La crisis religiosa no está sólo en el vulgo, sino en la política de la iglesia que, ante una necesidad tan evidente de la gente por comulgar y elevarse con lo que sea, no hace más que espantarlos. Es como si la propia iglesia alejara a Dios de su seno al reprender a su creación por sus defectos en vez de perdonárselos y ayudarle a superarlos.
Y eso, desde luego, no puede ser bueno para nadie.
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